Prof. Lic. WALTER GORBAK
El control de las armas de fuego es uno de los puntos más enmarañados y
controvertidos que se le puede presentar a cualquier Estado, y es un deber del
mismo, por ser el titular de esa facultad indelegable.
Las diversas corrientes en cuanto a la adquisición de armas de fuego por parte
de civiles, está inserta en dicha problemática, ya que según la política de
Estado adoptada en la materia, tendremos ejemplos de países con menos
restricciones para la adquisición de armas de fuego y otros en donde es casi
inconcebible la compra de armamento por parte de particulares.
Sobre esto, y siempre que se diagraman planes específicos en este intrincado
tema, es que las autoridades debiesen dar participación a los actores
involucrados directa y tangencialmente, como lo son las asociaciones de tiro
deportivo o de caza, los especialistas reconocidos en esta área y los ciudadanos
en general, que lógicamente serán afectados por la legislación que se sancione y
que podrán aportar un diagnóstico de la situación.
Para no bucear en ejemplos o recetas mágicas de otros países, que dicho sea de
paso, no son para nada extrapolables hacia la República Argentina, miremos
nuestra situación actual en forma reflexiva.
En la actualidad, Argentina cuenta con una amplia legislación en materia de
armas de fuego, desde la Ley 20.429/73 con su decreto reglamentario 395/75,
sucediéndose con el correr de los años, ampliaciones y modificaciones, ya sea
mediante leyes, decretos o disposiciones emitidas por el RENAR, que exige una
tarea de consulta constante de la normativa.
La tendencia que surge de este in creyendo de disposiciones, es solicitarle un
mayor caudal de requisitos a los civiles que quisiesen acceder a la tenencia
legal de un arma. Los requisitos de hoy son claramente más amplios que los de
hace una década atrás. Éstos, tienden lógicamente a impulsar la compra y
tenencia LEGAL de armas de fuego. No es mi intención discernir en este artículo
si los requisitos son insuficientes o sobreabundantes, puesto que, de una u otra
manera, incidiría poco o casi nada respecto al gran problema oculto de esto: el
mercado ilegal de armas que alimenta entre otras cosas, la sostenida inseguridad
y la comisión de delitos.
Y es aquí, ya no como especialista, sino como argentino, donde los invito a que
nos detengamos en el siguiente análisis.
Muchas veces y en diversos temas se dice que la legislación está desactualizada
o que la misma es insuficiente, pero no es así en el caso de las armas de fuego,
en donde como toda legislación, tiene muchos puntos que pueden ser mejorados.
Sin embargo, claramente hay una línea muy nítida de distinción entre las armas
legales de las ilegales y por ende el tipo de sanción de los tenedores de dichas
armas. Ahora bien, la gran pregunta es qué resultados se obtienen de las
políticas de control de armas ilegales. La respuesta es: demasiado
insignificante.
Del análisis me permitiré no citar fuentes de estadísticas oficiales ni
privadas, ya que las mismas difieren en relación a los parámetros a ponderar, y
a los intereses a perseguir, pero las estimaciones son que el mercado ilegal, o
dicho en otros términos, que las armas de fuego que no están debidamente
registradas en el RENAR, son el doble que las armas legales o correctamente
registradas. Es decir, por cada arma de fuego legal o registrada habría dos
armas ilegales, lo cual nos ubica como Nación muy por encima de la media que
tiene cualquier país del mundo.
Actualmente se encuentran debidamente registradas ante el RENAR, 1.200.000 armas
de fuego aproximadamente.
Frecuentemente se escuchan quejas de ciudadanos honestos: que ellos se ajustan a
cumplir las normas, efectúan los trámites de legítimo usuario y de tenencia de
armas de fuego y son permanentemente objeto de control por parte del Estado,
pero que el Estado hace muy poco para ir en búsqueda de las armas ilegales. Y a
decir verdad, desde esta perspectiva, no se equivocan.
De tanto en tanto surge algún proyecto de funcionarios políticos (no técnicos)
en donde se plantean en forma cíclica recetas automatizadas que desde lo teórico
son muy buenas o podríamos llamarles "políticamente correctas", pero que en
esencia o en los resultados no son justamente las más eficaces.
Estos planes tienen como objetivo la entrega de armas ilegales, es decir, no
registradas o bien de armas legales. Dependiendo del plan, se les otorga algún
beneficio, como becas estudiantiles, culturales o deportivas, alimentos,
bonificaciones, etc. Empero esto es como querer cubrir el sol con las manos, ya
que los que se desprenden de ese material, entre otras razones, son generalmente
personas responsables, que bien pudieron heredar algún arma de familiares y no
les interesa conservarlas, pero ninguna mente lúcida diría que las personas que
utilizan estas armas con fines delictivos, son las que canjearán o ingresarán a
este plan de desarme voluntario y anónimo.....
Muchos políticos hacen alarde al plan de desarme impulsado en la provincia de
Mendoza hacia el año 1998, asignándole un resultado sobresaliente, pero la
realidad es que en ocho años fueron recobradas 3000 armas, algo así como 375
armas por año. Si partimos de la base que en el mercado negro hay más de
2.400.000 armas, se necesitarían 6400 años de constante voluntad de toda la
ciudadanía, incluyendo a los individuos que utilizan estas armas para delinquir,
para procurar una utópica erradicación.
Por ello, el Estado es indiscutiblemente el que tiene que salir en búsqueda de
estas armas ilegales y no que estas armas ilegales o no registradas vayan a la
búsqueda del Estado, ya que desde lo fáctico no es posible.
Creo que los ciudadanos estamos cansados hasta el hartazgo de escuchar en épocas
electorales las clásicas medidas para combatir la inseguridad - los debates
sobre: penas duras vs. penas blandas -, como que los lineamientos para una
política de seguridad llegasen hasta allí. Sin embargo, el meollo de, por
ejemplo el delito que mayormente se produce, el robo calificado por el uso de
armas, es justamente la utilización de las armas de fuego para fines non santos,
ya que es extremadamente baja la estadística de utilización de armas legales en
la comisión de delitos (1 % frente al 99 % de las armas ilegales), por lo que el
mercado ilegal de armas tiene rentabilidad y desarrollo en tanto se cometan esta
clases de delitos.
De manera inversa, también el incremento de delitos de robo con armas puede
deberse, entre otras variables, al incesante mercado negro de armas de fuego
como facilitador, máxime si no hay investigaciones judiciales muy
puntillosamente organizadas para controlarlo.
Otro punto que también necesita pulirse es el de la destrucción de las armas
ilegales secuestradas y de los organismos que debieran controlar esta adecuada
labor.
Sabemos lo dificultoso que resulta secuestrar y retirar del circuito ilegal un
arma, pues es absolutamente injusto que dicha arma reingrese en el mencionado
circuito de clandestinidad. Lamentablemente investigaciones y notas televisivas
han dado cuenta de diversos lugares que contenían estas armas ilegales
(depósitos, juzgados, dependencias oficiales), y en donde deshonestos
funcionarios se encargaban de devolverlas al mercado negro.
El trafico de armas ocupa el segundo escalón en los delitos transnacionales por
la importancia monetaria que involucra, y es también lógico que de una u otra
manera, afecte a los países y a su esquema de seguridad.
A modo de breve corolario, podemos decir que es el Estado quien debe
concientizar sobre el uso responsable de las armas de fuego, e ir en búsqueda de
los nódulos del mercado negro de armas, como producto de una política firme y
estratégicamente pensada en donde puedan articularse sincronizadamente el
aparato judicial con los organismos de control, para la implementación de
sanciones a los individuos partícipes de este negocio rentable. Rentable, porque
un economista diría que la rentabilidad está dada también en función al riesgo y
hoy el riesgo parece no preocuparles a las pequeñas o grandes organizaciones que
seguramente están detrás de esta oscura práctica.
Asimismo, debe procurarse transparentar los controles de la guarda de estas
armas y de su ulterior destrucción, para que mancomunadamente podamos construir
un país más justo y porque no, desde mi ilusión, menos violento.
Nota: El presente artículo fue publicado en la Revista Fallos y Doctrina
del mes de Noviembre de 2006.